En defensa de la ‘x’ y la ‘e’
“El lenguaje no es neutro: con él creamos y reproducimos el mundo, pero también podemos transformarlo.” -CIGU
Las lenguas siempre han estado en constante transformación. Como cualquier manifestación cultural, el lenguaje responde a los contextos sociales y políticos, incluso tecnológicos, de su tiempo. Pretender que permanezca estático es desconocer su naturaleza viva y dinámica. Aunque las normas lingüísticas son útiles para establecer parámetros de comprensión dentro del proceso comunicativo humano, las reglas no son absolutas, ni mucho menos infalibles.
La historia de las lenguas demuestra que los cambios no piden permiso: simplemente suceden. En este sentido, el uso de la ‘x’ y la ‘e’ como formas de lenguaje inclusivo no es una aberración gramatical ni una amenaza al idioma, sino un reflejo legítimo de la necesidad social de ampliar nuestros referentes simbólicos y de nombrar otras identidades. La lengua no se impone desde arriba, se construye desde lo social, por tanto, defender el uso de estas variantes es defender el derecho de la gente a apropiarse del lenguaje para hacerlo más justo y representativo.
Desde la lingüística, se ha establecido que el lenguaje posee ciertas características universales: es innato porque, según Simone (1999), forma parte del patrimonio genético humano; es una facultad con la que se nace y se activa con la interacción social, en consecuencia, se aprende y desarrolla; permite el desplazamiento espacio-temporal; tiene una capacidad infinita de productividad, gracias a su doble articulación, lo que permite crear constantemente nuevos significados. El uso de la ‘x’ y la ‘e’ se inscribe precisamente en esta productividad del lenguaje: no son errores, son implementaciones surgidas de una necesidad social específica que busca nombrar identidades diversas y formas de vida que el sistema tradicional ignora. Como sostiene Bermúdez (2001), la lengua no es un sistema homogéneo e inmóvil, sino un consenso social permeado por la diversidad. Por ello, toda comunidad tiene derecho a intervenir en la forma en que se nombra y se nombra a sí misma.
A esta dinámica le sumamos las variaciones propias de toda lengua. De acuerdo con Gavidia Anticona (2015), existen cuatro tipos: diacrónica (cambios a lo largo del tiempo), diatópica (variaciones regionales), diastrática (variaciones sociales) y diafásica (variaciones individuales o contextuales). El lenguaje inclusivo se ubica especialmente en los planos diastrático y diafásico: responde a una conciencia social que exige representación simbólica y a una voluntad individual que modifica el uso cotidiano de la lengua. Quienes se expresan con la ‘e’ o la ‘x’, lo hacen porque su experiencia de mundo no cabe en las formas gramaticales que aprendimos tradicionalmente en la escuela. El lenguaje inclusivo, en este sentido, es profundamente humano: busca nombrar desde la diferencia, no desde la exclusión.
Para entender cómo estas expresiones llegan a formar parte del entramado simbólico, podemos acudir a Berger y Luckmann (1967), quienes explican que toda construcción social pasa por tres etapas: la habituación, la legitimación y la institucionalización. En la primera, ciertos usos comienzan a repetirse en contextos específicos: esto ya ocurre en redes sociales, movimientos sociales, espacios educativos y medios alternativos. Luego, dichos usos encuentran una forma de legitimación: aparecen en documentos oficiales, en políticas públicas, en prácticas pedagógicas. Finalmente, estos usos pueden institucionalizarse, es decir, formar parte del sistema compartido de significados de una sociedad. El lenguaje inclusivo transita ese camino: no es marginal, es emergente.
Desde una perspectiva lingüística, la distinción entre lengua y habla cobra relevancia en este debate. La lengua pertenece al plano social como un sistema consensuado y compartido, mientras que el habla corresponde a la expresión personal e individual de ese sistema. No hay lengua sin habla, ni habla sin lengua, puesto que son interdependientes. Cuando las comunidades usan la ‘x’ o la ‘e’, están poniendo en práctica su agencia lingüística; están demostrando que la lengua vive en sus usos cotidianos, no en las gramáticas normativas. Esta es una manifestación de lo que la lingüística denomina “productividad”: la capacidad del lenguaje de generar nuevos significados, palabras y formas de expresión. Por eso, las transformaciones que hoy vemos no deben entenderse como amenazas, sino como manifestaciones legítimas de una sociedad que exige verse reflejada en el lenguaje que la nombra. Nombrar importa porque lo que no se nombra, se invisibiliza. La exclusión gramatical también es exclusión simbólica. La resistencia al lenguaje inclusivo, entonces, no es un asunto meramente gramatical, sino profundamente político y cultural: se resiste a los cuerpos y las identidades que esas formas nombran.
En lo ético y legal, no se puede ignorar que el lenguaje es una herramienta fundamental en la reproducción —o transformación— de las relaciones de poder. Como señala la Coordinación para la Igualdad de Género (CIGU) de la UNAM (2024), el lenguaje construye la realidad, y la manera en que nombramos define quién es visible y quién no lo es en el mundo simbólico. Utilizar un lenguaje inclusivo contribuye a reconocer la dignidad de todas las personas y forma parte del ejercicio de los Derechos Humanos, al garantizar el acceso equitativo a los espacios de representación social, educativa y política. Por ende, incorporar la ‘x’ o la ‘e’ en la escritura y en el habla cotidiana no solo es un acto lingüístico, sino un gesto ético que apuesta por una sociedad más justa y equitativa.
Finalmente, el uso de la ‘x’ y/o la ‘e’ como acto de inclusión no es una imposición arbitraria ni una moda pasajera. Se trata de una manifestación legítima de cambio lingüístico, una herramienta para nombrar a quienes históricamente han sido excluidxs del discurso dominante. Así como en su momento se aceptaron palabras, estructuras y usos que antes generaron resistencia, como Ezcr1BiR 4Ziii o la incorporación de anglicismos, también es momento de comprender que la lengua está viva porque quienes la usan también lo están. El lenguaje es reflejo de nuestro tiempo, y hoy, el tiempo exige inclusión.
Referencias
Berger, P. y Luckmann, T. (1967). La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores.
Bermúdez, E. (2001). ¿Qué son las lenguas? Alianza Editorial.
Coordinación para la Igualdad de Género [CIGU]. (2024). Herramientas para una docencia igualitaria, incluyente y libre de violencias. Universidad Nacional Autónoma de México. https://coordinaciongenero.unam.mx/
Gavidia Anticona, J. A. (2015). Lenguaje y Comunicación. Ediciones de la U.
Simone, R. (1999). Fundamentos de lingüística. Ariel.